jueves, 1 de septiembre de 2011

LAS RELACIONES ONTOLÓGICA Y CAUSAL


Patricio Valdés Marín

LA RELACIÓN ONTOLÓGICA

La relación ontológica es una estructuración como producto de unir en la mente las esencias de dos o más entes y obtener una unidad ideática más abstracta. La unión es una síntesis que produce una idea más universal. Inversamente, la intersección de dos o más conjuntos de ideas produce a través de este análisis una idea menos universal. El fruto del proceso del pensamiento abstracto es la idea o concepto.

La esencia

Existen dos escalas en las relaciones ontológicas. La escala menor relaciona la imagen de un objeto individual concreto con la estructura ideática de la cual es una unidad discreta. Por ejemplo, mi vecino Juan es un hombre o Micifuz es mi gato. La escala mayor de relación ontológica relaciona dicha estructura ideática con otras estructuras similares y obtiene una estructura conceptual de escala mayor y de la cual las anteriores forman parte como unidades discretas. Además, para definir dicha estructura conceptual con precisión, le agrega su función específica, que la caracteriza y la diferencia de las otras unidades discretas. Por ejemplo, un hombre es un animal racional o un gato es un felino doméstico.

De este modo, una relación ontológica es una estructuración, a una escala menor, de unidades discretas de representaciones de imágenes e ideas de entes más concretos para producir una idea. A una escala mayor se estructura una unidad conceptual más abstracta que incluye solo ideas como sus unidades discretas. Puesto que incluye otros conceptos que la definen o la comprenden, se identifica naturalmente con una proposición. Una proposición es la relación explícita y asimétrica (la relación simétrica es una tautología) de dos o más conceptos o ideas. Únicamente los seres humanos tenemos el poder de abstracción y de razonamiento que nuestra enorme capacidad cerebral nos otorga para, en una primera instancia, abstraer ideas y generar una relación ontológica. De esta relación, se obtiene una proposición que puede ser altamente abstracta, en el sentido de llegar a no tener una referencia directa con algo concreto.

La palabra ontología proviene del griego y significa conocimiento de entes. Un ente es un ser, una cosa, pero en tanto es inteligible; es lo que produce la esencia, aquello de la cosa que está referido a nuestro conocimiento abstracto. Luego, un ente, por estar referido a nuestro intelecto, es un objeto. Y lo que está referido de una cosa individual a nuestro intelecto es la imagen de la cosa.

Toda cosa es una estructura funcional. Lo que primeramente conocemos de la cosa son sus funciones que afectan a nuestros órganos de sensación, o sus accidentes, en términos aristotélicos, o su apariencia, el fenómeno, en términos kantianos. La “información” (Aristóteles diría, por el contrario, la “forma”) que aporta la cosa es recibida por el cerebro a través de los sentidos, y estructurada como percepción. Nuestro intelecto, tal como el ojo que está adaptado a captar la gama de radiación más intensa del Sol, ha evolucionado para poder conocer precisamente la realidad como aparece. Lo que primero conocemos de una cosa es aquello que se manifiesta concretamente de ella como percepción (visual, auditiva, táctil, etc.), y segundo, en una escala mayor, conocemos su imagen.

Pero además, y en contra de la opinión de Kant, también nuestro intelecto puede conocer la “cosa en sí,” el noumena kantiano. Ello lo efectúa mediante la relación ontológica a partir del conocimiento de cómo funciona la cosa que conoce y con qué una cosa se relaciona. El “cómo” funcionan las cosas deriva del conocimiento de las relaciones causales que la ciencia empírica descubre en su actividad. De este modo, la cosa en sí es una estructura que se comprende por ser parte de una estructura de escala superior y por sus funciones que derivan del ejercicio de las fuerzas de sus subestructuras, de escalas inferiores.

La abstracción es la capacidad de nuestro intelecto para construir o estructurar relaciones ontológicas. No es, como lo entiende la epistemología aristotélica, la asimilación o la captura de la forma inmaterial de la cosa concreta por el intelecto. La forma contendría la esencia, y tras tener la experiencia de uno de estos entes, se conoce al resto de los entes de la misma forma. Se supondría que la esencia tiene una naturaleza anterior al ente, pudiendo ser compartida por un número de ellos. Por el contrario, la idea es una producción de nuestro pensamiento a partir de la experiencia de cosas cuyas imágenes, y no sus formas, llegamos a conocer. Cuando relacionamos una cantidad de entes por sus imágenes, no sólo distinguimos aquello que tienen en común y que los diferencia del resto, sino que también los ubicamos como perteneciendo o formando parte de otros entes. Aquello que los agrupa por lo que tienen en común constituye una idea. Por ejemplo, si son artefactos que tienen en común manubrio, sillín, dos ruedas y pedales, son ‘bicicletas’, y si en vez de pedales tienen motor, son entonces ‘bicimotos’.

La esencia es aquello que toda cosa tiene en cuanto objeto de conocimiento. Se compone de la esencia correspondiente a la estructura de la cual es una unidad discreta, que es su parte genérica, y de la esencia correspondiente a su propia función, que es su parte específica, por ejemplo, planeta con biosfera, tablero apoyado-en-patas, rumiante lechero, artefacto-volador autopropulsado. Aunque las esencias pertenecen a las cosas en cuanto entes u objetos de conocimiento, pueden ser comunes a varias cosas y, en este sentido, nuestro intelecto las relaciona antológicamente y obtiene una idea de escala superior. Cada cosa tiene su propia esencia, que es lo que afirman los nominalistas, pero también cada relación de entes toma aquello de su esencia por lo que las cosas relacionadas en nuestra mente poseen en común.

Por lo tanto, si una imagen es la representación en la mente de una cosa individual concreta, una idea es la representación del común denominador de un conjunto de cosas individuales y/o conceptos abstractos, que es la estructura de escala superior que las engloba, pues ésta relaciona en sí misma una cantidad de entes más o menos concretos por lo que tienen en común. La referencia de los diversos entes a una sola esencia es lo que se puede denominar ‘relación ontológica.’ La relación ontológica corresponde a las partes de las esencias de las cosas que son comunes entre ellas. El producto de la relación ontológica es la idea o concepto. Entre la diversidad de cosas que experimentamos algunas de ellas tienen un tronco enraizado en el suelo que se proyecta hacia arriba en follaje. A tales cosas las podemos reunir bajo un concepto que podemos denominar “árbol”, siendo su esencia el ser un vegetal leñoso. Una relación ontológica termina por adquirir formalmente la estructura de una proposición o un juicio que contiene un sujeto y un predicado. Cuando advertimos que el follaje es verde, podemos decir “el árbol es verde”.

La unión y la intersección

La relación ontológica se verifica sobre la base de la cantidad de entes. En efecto, su mecanismo tiene por objeto la obtención de las esencias, que son las unidades inteligibles, a partir de las ideas abstractas de una multiplicidad de objetos sensibles disímiles. Establece una mecánica que busca en los caracteres o propiedades inteligibles abstraídos de las representaciones ideáticas lo que tienen de común. En la perspectiva de lo más universal lo múltiple queda en el terreno de lo menos inteligible y de las matemáticas. También lo mutable deja de ser un carácter inteligible apenas se aumenta el grado de abstracción y la idea se hace más universal, pues la relación ontológica tiende a lo simple, condición de la unidad, que es lo opuesto a lo complejo, condición de lo mutable.

Para explicar la mecánica de la relación ontológica, es útil recurrir a la teoría de conjuntos de Georg Cantor (1845-1918), aunque su intención no haya sido referirse precisamente a esta relación. En ésta los conjuntos pueden someterse a sólo dos tipos de operaciones distintas: la unión y la intersección. La unión de dos o más conjuntos constituye un nuevo conjunto que comprende todos los elementos de los anteriores. La intersección de dos o más conjuntos es el nuevo conjunto que resulta de considerar sólo aquellos elementos que se encuentran en los anteriores conjuntos al mismo tiempo.

La unión se identifica con la síntesis ontológica, en tanto que la intersección, con el análisis. Tanto la síntesis como el análisis tratan de estructuras y fuerzas, ya sea para relacionar aquellas de una misma escala y obtener otra de una escala superior que las comprenda, o para disociar los componentes de una estructura o de una fuerza y manejarlos separadamente. Cuando la operación es del intelecto, las genéricas síntesis y análisis se especifican en la unión y en la intersección de Cantor, respectivamente.

Una relación ontológica vincula tanto a los individuos por alguna de sus funciones como a las estructuras por algún aspecto o cualidad. Por ejemplo, un conjunto puede contener individuos verdes o rojos y grandes o chicos. Se pueden establecer conjuntos de individuos o elementos verdes, rojos, grandes y chicos. En este caso los conjuntos de colores con los de tamaños se intersectan. También el conjunto de elementos verdes y el conjunto de rojos pueden unirse en el conjunto de elementos de color. Lo mismo puede ocurrir con el conjunto de elementos grandes y el conjunto de elementos chicos. Relacionar las cosas en forma ontológica es una capacidad intelectual que poseemos naturalmente. La filosofía se puede definir como el tratamiento de las relaciones (ontológicas) entre las cosas por lo que son en sí (los ‘qué son’), más que por sus manifestaciones o funciones (los ‘cómo son’).

Refiriendo la teoría de conjuntos a la relación ontológica, en el caso de la unión las ideas de varios elementos individuales o de varios conjuntos individuales pueden constituir la idea de un conjunto más universal. Por ejemplo, las ideas de gatos, loros, hormigas, hombres, cocodrilos pueden conformar la idea más universal de “animal”. Si la idea de gato la relacionamos con las de tigres, panteras, pumas, ocelotes y leones, obtenemos el conjunto de “felino” que es relativamente menos universal que el de animal pero más que el de gato.

En el caso de la intersección, la idea de un individuo, o de un conjunto particular, puede estar compuesta por dos o más ideas más universales. Por ejemplo, la idea individual de “gato” está compuesta por ideas más universales, como “felino” y “doméstico”, suponiendo, desde luego, que éstas sean los caracteres esenciales más significativos y distintivos de la idea de gato. Las ideas más universales se refieren a una mayor cantidad de entes que las menos universales. Pero cuando ocurre una intersección de ideas, es decir, cuando los géneros se especifican, en este caso, felino por doméstico y doméstico por felino, el conjunto (o idea) resultante se restringe para designar a la totalidad de los individuos “gatos”. Adjetivando aún más una idea, como por ejemplo, la idea “gato” adjetivado con “negro de la tía Ana”, se puede llegar a lo individual y concreto, en este caso, al ‘gato negro de la tía Ana’.

No debemos confundir la naturaleza de las ideas con la naturaleza de las cosas, de las cuales construimos imágenes. En las cosas existen estructuras que son unidades discretas de estructuras de escalas superiores y están compuestas por estructuras de escalas inferiores que son sus propias unidades discretas. Por ejemplo, el aparejo de un buque a vela está compuesto por la arboladura, la jarcia y las velas. La arboladura es el conjunto de palos y vergas, la jarcia es el conjunto de todos los cabos y las velas es el conjunto de los paños de lona rebordeado por la relinga y que se larga en la arboladura y estayes. Por su parte, el aparejo es, como el casco, parte del buque.

De modo similar a la relación ontológica que puede especificarse, una acción, esto es, un verbo, puede especificarse relacionándola con una o más ideas que denominamos adverbios. La relación de dos o más ideas genera mayor conocimiento, y éste es verdadero si las ideas y su relación corresponden con la realidad.

En consecuencia, mediante operaciones de unión de conjuntos podemos avanzar hacia lo universal. Mediante operaciones de intersección de conjuntos podemos retroceder hacia lo individual. Por ejemplo, entre el Félix individuo y el ser universal puede mediar una cantidad de relaciones válidas: Félix es un gato; Félix es un felino; Félix es un mamífero; Félix es un animal; Félix es un ser viviente; Félix es un ser. En cada paso el predicado se hace más extensivo, abarcando más unidades, hasta identificarse con el universo. De igual modo, son válidas las relaciones entre términos intermedios. Por ejemplo, un gato es un felino; un mamífero es un animal; un felino es un ser, etc.

Lo singular no es cognoscible como idea, sino como imagen, pues no es susceptible de ninguna operación. Las cosas, como entes, pueden ser conocidas conceptualmente en toda relación ontológica únicamente por referencia a otros entes, y no en sí mismas. En sí mismas nos aparecen como imágenes. Naturalmente, aquello que sirve de referencia y que comparte con otros entes es su pertenencia a una estructura de escala mayor y a su funcionalidad distintiva.

El mecanismo que efectúa la relación ontológica es la abstracción, pues reúne los caracteres fenoménicos comunes de la pluralidad de entes en una sola esencia. Es conveniente, por tanto, volver a la abstracción. Ésta es una función psicológica de nuestra estructura cerebral por la cual se realizan una serie de operaciones. Primero, considera dos o más conjuntos. Segundo, los analiza separando sus elementos constitutivos. Tercero, compara los elementos. Cuarto, agrupa aquellos elementos similares en un nuevo conjunto. En consecuencia, por la abstracción se agrupan los caracteres comunes de diversos conjuntos en un nuevo conjunto que los contenga y que denominamos “idea”, sin importar la cantidad de conjuntos individuales, o representaciones, que lo compongan, pues lo que importa es que el resultado sea una entidad que conforma una unidad discreta de una estructura de escala.

El contenido de este nuevo conjunto es lo que denominamos “esencia”. Así, cada idea, que se refiere a un conjunto de entes, responde a una esencia específica, y una misma esencia puede ser compartida por otros entes de la misma escala. El hecho de que la esencia sea una característica propia del ente y no algo impuesto por el sujeto en forma arbitraria, como quiso Kant, responde a tres razones. Primero, el funcionamiento de nuestros cerebros es similar. Segundo, tenemos la capacidad para comunicarnos y compartir las mismas ideas o conceptos, traducidos a símbolos. Tercero, tanto la esencia como los caracteres que la conforman pertenecen a objetos de la realidad, y no al mundo de las Ideas. El único problema radica en nuestra capacidad para efectivamente aprehender la esencia en forma precisa, completa y desprejuiciada.

Mientras más universal es una esencia, mayor cantidad de entes individuales participan de ella; de igual manera, aunque ella sea considerada más fundamental, menor es la parte de la esencia individual que es participada, pues los caracteres, o elementos comunes, son menores. En la medida que los rasgos fenoménicos comunes son más básicos, éstos se pueden predicar de una mayor cantidad de individuos. El extremo absoluto de esta escala es la noción única de ser, la esencia más universal de todas, ya que ésta puede predicarse de todos los individuos que participan de ella y se extiende a la totalidad de los individuos del universo. El extremo absoluto opuesto corresponde a la pluralidad de los individuos singulares. Las unidades inteligibles, o esencias, entre ambos extremos están referidas, en el primer caso, a conjuntos más particulares y, en el segundo caso, a conjuntos más generales mutuamente especificados (o intersectados). En consecuencia, toda esencia se relaciona a las otras esencias en cuanto a la cantidad de entes y, en último término, a la unidad y universalidad del ser.

Por lo tanto, la relación ontológica necesita tan sólo una coordenada en el proceso del conocimiento: la cantidad. Con el objeto de poder visualizar este mecanismo podemos imaginar lo siguiente: a lo largo de su único eje se pueden ubicar los diversos momentos de conocimiento según pertenezcan a ideas más o menos abstractas. Uno de los extremos de esta abscisa queda ocupado por la multiplicidad de lo individual. Esta es una pluralidad de seres individuales sensibles, cada uno de los cuales es percibido y representado en tanto imagen como una singularidad, pero sin relevancia ontológica en tanto no se relacione con otros entes, pues el conocimiento objetivo es de lo plural, no de lo singular, la razón es que lo singular no está referido a algo. El otro extremo corresponde a la unidad de lo universal, es decir, al mismo ser, que comprende la totalidad de las cosas inteligibles, donde el ser no es una cosa, sino un concepto o una idea que se predica de todas las cosas en cuanto objeto de conocimiento. Entre medio se encuentran las ideas según su grado de universalidad.

El producto del conocimiento abstracto

El producto del proceso del conocimiento abstracto es el concepto o idea. Pero, primero, conviene hacerse la pregunta: ¿hasta qué punto el conocimiento obtenido en este proceso corresponde a la realidad objetiva? El proceso comienza con la estructuración de sensaciones a partir de las señales provenientes del objeto. Nótese que nuestra noción de objeto no es lo que el entendimiento provee, según la tradición kantiana, sino que denominamos objeto a aquello que es directamente externo a nuestro intelecto y que emite señales que nuestros sentidos pueden recibir; es decir, el objeto es una cosa referida a nuestro conocimiento. A partir de estas señales, los sentidos de sensación integran sensaciones para terminar produciendo percepciones que el intelecto organiza en imágenes. En una escala superior las imágenes conforman ideas, las que por la abstracción se consolidan en conceptos o ideas de carácter más universales. Las ideas, o conceptos, son las esencias de los entes, u objetos referidos a nuestro conocimiento conceptual. Nótese además que en este proceso no existe ninguna dualidad entre lo material y lo espiritual. Todo en él son fuerzas y estructuraciones cerebrales de representaciones psíquicas de estructuras y fuerzas existentes en nuestro universo de materia y energía.

El problema del conocimiento en esta perspectiva es que, a partir de la entrada de las señales en el sujeto que conoce, todo el proceso lo realiza el mismo sujeto en su sistema nervioso. Sin embargo, esta acción puede distorsionar el resultado final, que es la obtención de una idea que represente lo más fielmente posible al objeto real, procurando que la correspondencia entre el concepto y la cosa misma sea máxima. La estructuración de una imagen a partir de percepciones parciales puede ser bastante incompleta si no existieran experiencias previas que ayuden a completarla. Tarareemos una melodía recién escuchada o intentemos dibujar un objeto visto por algunos instantes. Ya en la escala de la imagen, ésta no puede considerarse, en esa primera etapa de la experiencia, como una representación fiel del objeto, ni mucho menos total. Probablemente, requeriremos mayores experiencias o ser expuestos a la acción causal del objeto. No otro propósito tiene la acción del pintor, quien, tras su lienzo, observa repetidas veces su modelo mientras va pintando su representación imaginativa en el lienzo, o la del estudiante, quien a fuerza de repetir su lectura llega a memorizar la lección.

En las experiencias las emociones no dejan de jugar un papel importante en cuanto a fijar nuestra atención y proveer un contexto de placer o dolor asociado y fácil e intensamente evocable. Consideremos, por otro lado, la acción de los publicistas que procuran asociar imágenes conocidas para conseguir una idea especial, asociada a una emoción placentera, que induzca en el sujeto la necesidad por un producto, pero separada de sus orígenes. Los artistas crean algo semejante. Ellos logran asociar en forma analógica imágenes auditivas, táctiles o visuales para conseguir un concepto imposible de describir verbalmente y que resalte algún carácter difícilmente perceptible. A veces, la imagen poco o nada tiene que ver con un objeto, aunque mucho con el misterio de la realidad, o con ideas difícilmente comprensibles por los medios corrientes.

También debemos considerar que el proceso es influenciado por las condiciones propias del sujeto, quien no sólo está determinado respecto a las condiciones espacio-temporales, por las que queda en una posición particular para recibir determinadas señales del exterior, sino que por sus mismas condiciones especiales que influyen poderosamente en el proceso del conocimiento, poniendo un toque distintivo y particular: su propia personalidad y carácter, sus emociones, sus intereses, su desarrollo personal u ontogénico, sus experiencias, etc.

Además, el sujeto se encuentra inmerso en una cultura determinada. Los condicionamientos culturales tienen, por su parte, una influencia decisiva sobre la percepción de la realidad particular, a la cual el sujeto se hace sensible, y del punto de vista adoptado sobre aquella realidad. La cultura consigue representar una realidad de un modo particular; con imponente autoridad logra establecer en el sujeto los parámetros mismos del proceso del conocimiento a través del sistema cultural de pensamiento adquirido mediante el lenguaje.

Si el proceso está tan condicionado, ¿qué posibilidad tiene el concepto obtenido para que sea verdadero y corresponda con la realidad? Por parte del individuo, y siempre que carezca de psicopatologías, las que tienden a distorsionar la realidad por carencia de la capacidad para unificar la multiplicidad, él tiene una necesidad biológica y social por la verdad, por cotejar permanentemente las diferentes etapas del desarrollo del proceso con la realidad. En ello no sólo le va su supervivencia, sino también la posibilidad de comunicarse con sus semejantes. Por parte de la cultura, la que tiene por objeto la subsistencia de la sociedad, el proceso de un conocimiento verdadero depende de la veracidad de las creencias que aquélla sostenga. Para conseguir una acción colectiva unívoca las ideas se exageran hasta el absurdo de los ideologismos. En el largo plazo, toda falsedad implica yerros y fracasos, de modo que existe una tendencia para una continua depuración del ethos cultural, lo cual garantiza de cierto modo que los valores culturales ayuden, más que impidan, la obtención de la verdad por parte del sujeto que conoce. Pero aquello que posibilita efectivamente la obtención de la verdad objetiva es la relación ontológica que tiene por fundamento la relación causal que la ciencia logra develar, y que analizaremos más adelante.

La relación ontológica no logra incluir el espacio y el tiempo, aquello que es múltiple y mutable, en la esencia de las cosas, por estar estos elementos indisolublemente vinculados con la singularidad de lo individual, por lo que, desde la perspectiva ontológica, éstos quedan al margen de lo inteligible, situación que no ocurre con la relación causal. En el caso de la perspectiva aristotélica de la dualidad forma-materia, si la esencia no puede contener ni el espacio ni el tiempo, es porque se supone erróneamente que su vinculación es con lo material y, por tanto, se entiende que estos parámetros simplemente no pueden acompañar a la esencia dentro del intelecto, a fortiori y emprejuiciadamente inmaterial.

A pesar de lo dicho, Karl Marx (1818-1883) pretendió explicar lo mutable empleando la relación ontológica. Invirtiendo la dialéctica idealista de J. G. Fichte (1762-1814) para referirse a lo material (entendiéndose por "material" lo opuesto de lo ideal), intentó establecer la mecánica del cambio. La explicó mediante un ordenado y hasta predecible ciclo de tres estados ontológicos: entes contrarios (la tesis y la antítesis), en una contradicción ontológica interna sin posibilidad de subsistencia, derivan en un tercer ente, síntesis de los anteriores y generador (la tesis), a su vez, de un contrario (la antítesis), y así sucesivamente, en una especie de convulsivos –revolucionarios– saltos rítmicos, generadores del cambio social.

En lo que no se contradijo con la relación causal es que la causa del cambio Marx la identificó con la fuerza, en este caso, con la fuerza social generada por la “lucha de clases”. Esta proviene, según él, de la tensión bipolar que van produciendo los distintos modos de producción económica que han surgido en la historia y que estarían estrechamente ligados a la propiedad privada de los medios de producción. Supuso que basta con eliminar este factor perturbador para terminar con el cambio social y poder llegar, al fin, a aquella sociedad estática y perfecta de paz, solidaridad y justicia tan soñada por el milenarismo, el que estuvo también en el ideario de una anterior revolución, aquella que proclamó la libertad, la igualdad y la fraternidad. Sin embargo, su dialéctica es irreal, pues el cambio no lo explica la relación ontológica, sino la relación causal, que es la que analizaremos enseguida.

LA RELACION CAUSAL

El universo, que es mutable y múltiple, se caracteriza por el cambio. Sin embargo, la realidad no es caótica. Podemos conocer en ella regularidades invariantes, pues el universo posee un modo de funcionamiento regular. La relación entre una causa y su efecto es tan determinista que responde a una ley universal posible de conocer. Este conocimiento es empírico. El conocimiento científico consiste en penetrar en la complejidad de lo múltiple y mutable para comprender la ley de la conexión, por la que las cosas se relacionan causalmente. Tras la observación se elabora una hipótesis que encontrará validez en la verificación de la experimentación. Una relación causal de causa-efecto, que proviene del objeto, la podemos convertir en una relación ontológica de sujeto-predicado.

Causalidad y conocimiento

En una perspectiva científica, aquello que caracteriza el conocimiento del universo son precisamente el cambio, que es lo mutable y lo perecible, y la multiplicidad de cosas, que es lo vario. La ciencia no se preocupa por saber qué es el cambio, sino que de describirlo. El “qué es el cambio” fue la preocupación de Heráclito (535-484 a. C.). Lo mutable y lo múltiple, desdeñados por la epistemología filosófica tradicional que sigue a la unidad del ser de Parménides (515-450 a. C.), logran explicar los mecanismos, procesos y funciones que la ciencia observa en los fenómenos, es decir, la causalidad entre las cosas. Si lo que fascinó a la filosofía es conocer aquello que permanece inmutable –la idea absoluta–, en la creencia que su posesión significa sabiduría, lo que fascina a la ciencia es, por el contrario, lo múltiple y lo mutable, en el entendido de que justamente en el cambio de las múltiples cosas se encuentran las causas, aquello que explica precisamente la realidad. Mientras la filosofía tradicional debió remitirse a la causa final para explicar el cambio, la ciencia lo ha explicado mediante la causa (la causa eficiente, desde el punto de vista de la filosofía aristotélica). Mientras la filosofía ha tendido a buscar lo simple y brillante (por ejemplo, las ideas claras y distintas de Descartes), la ciencia se ha comprometido con lo complejo y lo confuso para encontrar la relación causal. Ello explica el hecho que la ciencia avance con pasos tentativos, fortuitos e inspirados de muchos hombres a través de muchos años, y que el premio del esfuerzo es la certeza del conocimiento objetivo.

La ciencia ha podido afirmar que la realidad no es caótica, sino que su comportamiento está tan determinado, que depende de leyes naturales que valen para todo el universo, y la tarea de la ciencia es descubrirlas. Las manzanas que se desprenden de los manzanos siempre caen verticalmente al suelo. Newton descubrió que la fuerza que hace caer las manzanas al suelo es la misma que hace que la Luna gire en torno a la Tierra. Además, la ciencia comprende que la fuerza tiene una forma específica de actuar y de ser funcional, dependiendo de la configuración de la estructura. Las campanas tañen una nota determinada cuando se las golpea con el badilejo. En consecuencia, el funcionamiento que surge de la interacción de fuerzas y estructuras está determinado por leyes naturales. Éstas son posibles de ser conocidas.

La acción de las fuerzas entre las estructuras se da de modo de relaciones causales. Estas son, por lo tanto, datos de la realidad, y no elaboraciones mentales, como lo es la relación ontológica. Quienes apelan a estas leyes, denominadas “naturales” para distinguirlas de las leyes humanas y divinas, para apoyar sus argumentaciones, como ocurre con ciertas autoridades morales y éticas, pueden hacerlo sólo si conocen el cómo y el por qué operan en cada caso, lo que significa basarse en el método y el conocimiento científico antes que en elucubraciones tendenciosas, falaces y baratas. Por lo demás, las leyes de la naturaleza no son prescriptivas, sino que descriptivas. Describen la forma cómo la naturaleza funciona.

Así, pues, además de las cosas que la componen, lo que más caracteriza a la realidad es el cambio. Las cosas surgen, desaparecen y se van modificando mientras existen. Pero el cambio se da según ciertas regularidades determinadas de acuerdo a la causalidad. En el cambio interviene la relación de causa y efecto, o en corto, la relación causal. En una relación causal se da una causa que se vincula con su efecto. Por ejemplo, cuando la llama del fuego (la causa) se aplica a un caldero, al cabo de un tiempo el agua que contiene comienza a calentarse hasta la temperatura de ebullición (el efecto).

Tanto los animales como los humanos conseguimos sobrevivir en este mundo en perpetuo cambio, evitando activamente aquello que nos puede dañar y aprovechando aquello que nos puede nutrir, proteger y cobijar. También la naturaleza nos puede jugar malas pasadas no previstas y que pueden tener consecuencias devastadoras, como los terremotos, las inundaciones, las pestes, las sequías. En una cultura precientífica, usualmente no se logra establecer la relación entre el efecto que se percibe y su causa, dándose explicaciones mágicas o míticas y atribuyéndolas a las divinidades. En cambio, la relación que vincula un efecto con su verdadera causa es de especial importancia para la ciencia, la que podrá hasta verificar experimentalmente la relación. Tanto por inferencia inductiva como por el conocimiento del funcionamiento de las cosas que operan en una relación causal, la ciencia llega a establecer la ley natural de su conexión.

Mediante la experiencia sensorial percibimos innumerables cosas, procesos y acontecimientos naturales. El tipo de conocimiento que adquirimos al observar la naturaleza y que conforma el material de la ciencia comienza cuando notamos regularidades en el curso de los acontecimientos. El interés por determinar regularidades va de la mano con el interés en la predicción. Además, a menudo cuando podemos predecir, también podemos controlar el curso de los eventos. Muchas regularidades no son invariantes. Juan duerme de noche. La empresa científica puede ser descrita como la búsqueda en la naturaleza de invariantes genuinas, de regularidades sin excepción, para poder afirmar: siempre que se cumplan tales condiciones, este tipo de cosas siempre ocurre. Un enunciado de invariancia genuina constituye una ley natural. Los seres humanos descansan durante el sueño nocturno.

La realidad posee un modo de funcionamiento que únicamente los seres humanos podemos llegar a conocer en forma abstracta y derivar de este modo determinado de acción una ley que se aplica a todas las relaciones causales del mismo tipo. Esta capacidad la obtenemos principalmente por la observación y/o cuando aplicamos el método científico y su verificación empírica, es decir, cuando podemos reproducir a voluntad el fenómeno. No obstante, nuestro conocimiento obtiene certeza absoluta sólo cuando comprendemos el mecanismo de la relación causal, superando así el método inductivo. Podemos aseverar con absoluta certeza que un átomo de oxígeno se unirá a dos átomos de hidrógeno para formar una molécula de agua cuando entendemos que el átomo de oxígeno comparte los electrones de los átomos de hidrógeno.

En consecuencia, además de la relación ontológica que forma parte de nuestro conocimiento abstracto, existe la relación causal. Ésta es una relación inteligible que no la efectuamos en nuestra mente abstracta, pero que es comprensible por ésta. Nos llega a través de nuestra interacción con el medio externo. La relación causal separa lo pasado de lo presente. Sin una conciencia de su existencia no se puede tener una conciencia histórica. Fundamentalmente, ella relaciona un hecho con su origen, es decir, un efecto con su causa.

Este tipo de conocimiento, verdaderamente empírico y práctico, también lo efectúan los animales en una escala más simple y directa, que es mediante el tanteo de ensayo y error, corrientemente a partir de tendencias instintivas. A diferencia de nosotros, que ontologizamos la relación causal, ellos la ritualizan para incorporarla a su conocimiento instintivo y lograr sobrevivir más ventajosamente.

Los seres humanos tenemos adicionalmente la capacidad para analizar los componentes integrantes de la relación causal de manera ontológica y explicar la ley de su conexión, aunque no sea verdadera, como, por ejemplo, atribuir una causa a un origen mágico o deducirla erróneamente, como cuando se ve un gato negro cruzando una calle de derecha a izquierda, al tiempo de quien lo ve tropieza y se daña el pié. Pero también efectuamos, en último término, la relación ontológica cuando unimos la relación causal con su ley de conexión, ambos comprendidos como conceptos por el intelecto. En este sentido, una idea puede ser definida propiamente por su función. La luz ilumina.

Así, pues, las relaciones causales provienen del funcionamiento objetivo del universo y no del funcionamiento del pensamiento subjetivo. Dependen de leyes que son posibles de conocer si previamente analizamos sus componentes para entender el “cómo” y el “por qué del cómo” de aquello que los une. La verdad de una relación causal depende de que el análisis que efectuamos de sus términos esté completo. La seguridad de que el Sol saldrá al amanecer no proviene de una conclusión inductiva de observar el mismo fenómeno por miles de años, sino que proviene del conocimiento del modo de funcionamiento del sistema solar, el cual nosotros hemos llegado a conocer tras conectar muchas causas con sus efectos a través de efectuar muchas observaciones, elaborar cantidades de hipótesis y modelos, y realizar las respectivas verificaciones, como que la Tierra es redonda, hasta llegar a la teoría que explica la estructura y la fuerza del sistema solar, en que uno de sus fenómenos es el hecho de que el Sol sale diariamente a una hora determinada para cada día de año y para cada lugar de la superficie terrestre establecido por sus coordenadas longitudinales.

Ley y conocimiento

El conocimiento que se obtiene cuando se responde al “cómo” y al “por qué del cómo” de las cosas es principalmente acerca de su constitución y desarrollo, de su estructuración y funcionamiento, en cuanto fuerzas y estructuras, con el propósito definido de conocer la relación causal y la ley de esta relación. De la relación causal no se pretende llegar a la ley de manera análoga a cómo de la relación ontológica se llega a la idea por referencia a conjuntos. El conocimiento científico consiste en penetrar en la complejidad de lo mutable y lo múltiple para comprender la ley de la conexión, por la que se relaciona causalmente las cosas produciendo un suceso tras otro suceso. El conocimiento de la ley no se obtiene por inducción a través de la acumulación de sucesos similares, ni se puede deducir de otras leyes más generales. Por el contrario, se obtiene de la comprensión particular del comportamiento de la materia en cada fenómeno. Necesariamente se debe penetrar en la complejidad misma de lo múltiple y lo mutable para detectar por observación y experimentación la conexión causal que los relaciona. En fin, se debe analizar cuidadosamente los componentes que integran los términos de la relación y la conexión misma: las estructuras y las fuerzas que participan.

Conociendo la ley natural de una relación causal podemos deducir la causa al conocer un efecto. Un animal jamás puede llegar a actuar como Sherlock Holmes. La deducción sigue el esquema de la relación lógica, donde el conocimiento de la ley natural y la vista del efecto funcionan como premisas de un silogismo. Si observamos que el suelo está mojado al salir de casa por la mañana, podemos deducir que llovió durante la noche.

Si bien la ciencia intenta llegar a comprender lo que une una causa con un efecto, en nuestra vida diaria no necesitamos conocer precisamente lo que une ambos términos, es decir, cómo una causa se relaciona con su efecto, sino saber únicamente que están relacionados con necesidad. Si me suelto de la rama, caeré al suelo; y a mayor altura del suelo, el golpe será más fuerte y doloroso. Un monito llega a saber muy bien la necesaria relación entre ambos términos. Sin embargo, la veracidad nos dice que no basta unir una causa con su efecto sin más; debemos asegurarnos razonablemente que tal o cual relación sea real y no producto de la magia, la superstición o los buenos deseos.

Sin duda que las leyes naturales más simples nos son potencialmente más accesibles, y en la medida que la relación causal se hace más compleja, la ley de su conexión se nos hace menos evidente. Costó mucho encontrar el origen de la peste bubónica. No obstante, del análisis de los elementos que componen una relación causal es posible obtener un conocimiento tan absoluto que ha conseguido no sólo el asombroso desarrollo tecnológico que ha permitido al ser humano llegar a la Luna, sino que también navegar hasta allá. Esa capacidad se debió al conocimiento acabado de numerosas leyes que rigen el comportamiento de las cosas en el universo. Tanto si el conocimiento no fuera absoluto como si hubiera habido ignorancia de cualquiera de las leyes involucradas, la misión de alunizaje hubiera fracasado mucho antes de despegar de la Tierra.

Las diversas relaciones causales son datos para nuestro conocimiento y su organización constituye la base de la tecnología. Pero ello no significa que la tecnología deba conocer las conexiones de las relaciones causales. Muchas veces, ésta experimenta con las estructuras y las fuerzas y llega a determinar que los términos de la relación causal están unidos realmente, y, supuestamente, una ley que no se conoce aún existiría para esta conexión. Llegar a determinar esta ley es una tarea que queda para la ciencia. Luego no siempre la ciencia es precursora de la tecnología; más bien ocurre lo contrario.

Por otra parte, los datos referidos son las unidades discretas de la información. Consideremos que en nuestra época de ciencia, cibernética y comunicaciones nos encontramos atosigados con datos e inundados por caudales de información. Y aunque se intensifiquen las investigaciones para conseguir más datos, se perfeccionen los sistemas computacionales de procesamiento de datos y se masifiquen los sistemas de transmisión de información, no seremos por ello más sabios. Más adelante veremos que para ser sabios debemos sintetizar la información en escalas superiores. Muchos antiguos, sin tantos datos e información, eran mucho más sabios que nosotros y vivían en forma más humana. No obstante, en nuestro mundo consumista y exitista la información no pretende sabiduría, sino eficiencia en mejorar nuestra condición material para tener más placer y ejercer mayor poder.

Relación causal y realidad

En la realidad podemos distinguir dos tipos de relaciones causales según a qué coordenada estén referidas. Uno de ellos es el suceso temporal. Por éste percibimos un tránsito de un estado a otro. El agua pasa de un estado líquido a uno gaseoso en un tiempo. El otro tipo es el que relaciona espacialmente una cosa con otra. El agua líquida está en un recipiente y el agua gaseosa está fuera. Pero ambos tipos de relaciones están estrechamente ligados, pues todo acontecimiento en el universo ocurre referido al conjunto de las cuatro coordenadas espacio-temporales. El conjunto de ambos tipos de relaciones lo podemos denominar relación causal.

Sin embargo, podemos legítimamente separar, como lo efectúa un historiador, el elemento temporal de una relación causal, o el elemento espacial, como lo hace un geógrafo, y explicar los fenómenos históricos y geográficos separadamente del acontecimiento real para poder conocerlo en los aspectos que interesa relativamente más. En el elemento temporal la causa siempre precede al efecto en el tiempo, en una secuencia lineal, necesaria e irreversible; en el elemento espacial, cosas diferentes ocupan siempre lugares distintos en forma simultánea, excepto a escala cuántica.

En segundo lugar, debemos reiterar que la relación entre el agua líquida y el vapor del ejemplo no la efectuamos en nuestro intelecto, como lo hacemos con una relación ontológica, en la que podemos, por ejemplo, relacionar gato y león en el concepto felino, sino que se nos da por la experiencia y nosotros únicamente la percibimos. Sin embargo, la percepción pasiva no nos dice nada de la intimidad de la relación causal. Ésta se nos manifiesta únicamente mediante la actividad intelectual y empírica que ejercemos para comprender la ley que conecta ambos elementos de la relación. Para ello debemos elaborar, tras la observación, una hipótesis de la manera cómo del agua emana vapor y de las condiciones necesarias requeridas para que el fenómeno se realice. Después debemos efectuar la comprobación experimental correspondiente de la hipótesis sin omitir paso ni condición necesaria alguna. Si el experimento, que deberá poder repetirse, corrobora la hipótesis, entonces ésta queda verificada y la ley de la conexión queda descifrada. Evidentemente no es necesario que cada persona deba experimentar cada relación causal para conocer la ley de su conexión; basta con haberla imaginado tras habérsela comunicado responsablemente.

El análisis de la relación causal se realiza muchas veces sin un rumbo definido o preestablecido, puesto que el método científico es eminentemente empírico; sus conclusiones se alcanzan tras una experimentación de la cual no tenemos control sobre sus resultados. Es lo que resulta del experimento, y no el intelecto el que relaciona una cosa con otra. En una primera instancia, el intelecto sólo conoce la relación que surge del experimento. Ello basta para aprender mediante el método del tanteo (el famoso “ensayo y error” de los conductistas). Los animales llegan hasta este tipo de conocimiento aprendido. Pero el conocimiento científico persigue encontrar cómo se conectan causalmente las cosas para llegar a establecer la ley de la conexión y elaborar teorías explicativas del universo y sus cosas. En este proceso científico se deben determinar, reconocer, medir, cotejar, verificar, etc., los mecanismos y los estados del proceso, para llegar a encontrar las relaciones causales del fenómeno en cuestión.

El conocimiento científico de la relación causal no se obtiene aplicando un procedimiento inductivo de inferencia de datos que hemos recogido con anterioridad. El conocimiento de la relación causal parte inventando una hipótesis, a modo de intento para dar respuesta al por qué cuando en un mecanismo o proceso se da una condición de cierto tipo también se da una condición de cierto otro tipo. Luego, una hipótesis es una respuesta provisoria respecto a cuáles son los términos de una relación causal. Por ejemplo, cuando aplico calor al agua, se calienta hasta bullir. Una hipótesis sirve de guía a la investigación científica en cuanto a definir qué hechos le serían significativos. Es una proposición relevante en cuanto explicación de una relación causal cuando está abierta a una verificación experimental. Sólo por medio de la verificación empírica, una hipótesis puede ser confirmada y apoyada, aunque no necesariamente aprobada de modo concluyente. La verificación posee un carácter condicional; nos dice bajo qué condiciones de verificación se producirá un resultado determinado. La cantidad, variedad y precisión de los datos determinan la credibilidad y aceptabilidad científica de una hipótesis. Podremos enterarnos que la temperatura precisa de ebullición dependerá de la presión, de la solución, etc.

Para la ciencia no basta conocer el fenómeno, esto es, la pura relación causal, sino aquello que hace que la relación sea necesariamente causal. Aquello que conecta con necesidad y universalidad las partes de la relación causal es precisamente la ley natural. Toda explicación científica descansa en leyes naturales. Si la hipótesis se interesa por los términos de una relación causal, la ley es la respuesta a cuál es el nexo de una relación causal. Por ejemplo, la ley consigue establecer que el agua llega a bullir a causa de aplicar calor o de disminuir la presión atmosférica. Las leyes son enunciados que afirman la existencia de una conexión uniforme para diferentes relaciones causales. Una ley indica que donde y cuando se da una condición de cierto tipo, siempre y sin excepción se da una condición determinada de cierto otro tipo, pues las leyes naturales son universales. Está implícito el hecho de que una relación causal, surgida de un acontecimiento particular, pertenece a y es explicable por una ley universal que se puede aplicar a todos los casos que ocurran bajo las mismas condiciones.

El conocimiento de una ley corresponde a un esfuerzo sintético, en una escala superior, de considerar determinadas hipótesis que explican relaciones causales. De ahí que mediante el conocimiento de una ley se pueda inferir con absoluta certeza uno de los términos del acontecimiento causal cuando se conoce el otro. Si el análisis se refiere a separar las unidades discretas de una estructura funcional para estudiarlas por separado y determinar sus funcionalidades, la síntesis es ese proceso mental por el cual entendemos las relaciones existentes entre un número de cosas en tanto unidades discretas de una estructura.

Un conjunto de leyes puede llegar a estructurarse en una teoría que explique el comportamiento de sistemas, los cuales contienen un número de fenómenos y relaciones causales distintas. Las teorías intentan explicar las regularidades que se dan en los sistemas. Interpretan un conjunto de fenómenos como manifestaciones de estructuras y fuerzas determinadas según las leyes que se presume que los regulan. Luego, una teoría caracteriza un conjunto de fuerzas y estructuras indicando la funcionalidad específica. Una teoría puede llegar a explicar lo que observa y experimenta mediante supuestos teóricos que no pueden ser observados ni medidos directamente. Para ello se recurre a modelos.

Una teoría es un sistema cognoscitivo-comprensivo de estructura lógica-especulativa en un cierto ámbito de la realidad cuyos argumentos o proposiciones no son datos –como sostuvo Karl Popper (1902-1994)–, sino que leyes naturales formuladas e hipótesis, cuyo objeto es confeccionar un modelo científico coherente y consistente que explique, interprete, unifique, profundice un conjunto amplio, no tanto de hechos, sino que de relaciones causales observadas, experimentadas y hasta medidas. De este modo, una teoría sirve para distintos propósitos: 1º explicar el conjunto de datos, observaciones, experimentos y experiencias relacionados con dicho ámbito de la realidad; 2º ampliar, corregir y/o sustituir otras teorías de otros ámbitos; 3º hacer predicciones sobre hechos aún no observados ni verificados. La certeza de una teoría está en relación directa a la cantidad de leyes científicas empíricamente demostradas, y en relación inversa a las hipótesis que contenga.

Tanto las hipótesis como las teorías científicas no se derivan de los hechos observados, sino que se inventan o se proponen precisamente para dar cuenta de ellos. El traslado de los datos empíricos a la teoría no lo consigue un proceso mecánico lógico, ya sea inductivo o deductivo. La deducción no proporciona un procedimiento mecánico para señalar un camino, indicando una determinada proposición científica como una conclusión derivada de premisas. Las reglas de deducción sólo sirven como criterios de validez de las argumentaciones que se ofrecen como pruebas. Tampoco existen reglas de inducción que se puedan aplicar y que sirvan para derivar o inferir mecánicamente hipótesis o teorías a partir de datos empíricos. Una proposición hipotética o teórica es un intento de una inteligencia creativa para explicar una relación causal o para interpretar un conjunto de fenómenos. La objetividad científica de una hipótesis o una teoría se consigue únicamente a través de la verificación experimental. Una hipótesis o una teoría pueden ser incorporadas al cuerpo del conocimiento científico aceptado si resiste la revisión crítica de la comprobación mediante una cuidadosa observación y experimentación y también mediante el entendimiento del funcionamiento de las relaciones causales.

La ciencia no sólo estudia las relaciones causales para llegar a la ley de su conexión. Sobre todo, se interesa por los sistemas. Éstos son el conjunto de relaciones causales que operan en un ámbito dado. El ejemplo del agua que hierve es un verdadero sistema si se considera desde la tasa de combustión del combustible que produce llama, su oxidación, su poder calorífico, la temperatura que alcanza la llama, su eficiencia en calentar agua, la presión atmosférica, la temperatura ambiente, etc.

La relación causal es diferente de la relación ontológica en cuanto que sus términos están unidos por verbos transitivos, los cuales siempre están referidos a la acción de fuerzas. En cambio, los términos de la segunda están unidos por la cópula de identidad del verbo ser. En el primer caso, el conocimiento es acerca del cambio; en el segundo caso, de la esencia. Sin embargo, la relación causal misma puede llegar a estructurarse como concepto o proposición abstracta y constituir una relación ontológica, como se analizará un poco más adelante. De ahí que la esencia de algo puede no sólo incluir lo mutable y lo múltiple, sino también su origen o su función.

En la relación causal la cosa se define por su función. Ello es posible porque tanto lo múltiple como lo mutable son cuantificables. Lo múltiple está, por definición, referido a la cantidad, objeto de la relación ontológica. En cambio, lo mutable, que está referido al tiempo y al espacio, debe cuantificarse para hacerse inteligible ontológicamente; y también tanto el espacio como el tiempo son cuantificables. De este modo, lo mutable es también objeto de la relación ontológica. Esta comprensión del relacionar ambas relaciones es fundamental para trascender la filosofía del ser y llegar a la filosofía de la complementariedad de la estructura y la fuerza, que se explica en mi libro La clave del universo (http://claveuniverso.blogspot.com).  

La conclusión que se impone es de gran importancia para la epistemología: “la relación causal se hace ontológica con el conocimiento de la ley de su conexión”. Por ejemplo, la relación causal “el agua bulle a los 100° C a nivel del mar” puede transformarse en la relación ontológica “la temperatura de ebullición del agua a nivel del mar es de 100° C”. “El viento mueve la hoja” se transforma en “el movimiento de la hoja es efecto del viento”. La definición de un concepto por medio de otro, que es en lo que consiste la relación ontológica, puede generarse transformando la definición desde algo funcional a algo ontológico.

La posibilidad natural de incluir la relación causal en la ontológica es epistemológicamente importante, pues permite afirmar la correspondencia entre un ente y la realidad, y asentar la objetividad de nuestro conocimiento. Esta adquiere mayor certeza cuando a la relación causal se aplica el método científico. En el proceso de la correlación entre ambos tipos de relaciones epistemológicas se puede llegar a alcanzar niveles teóricos y abstractos muy profundos y complejos. También la posibilidad de incluir la relación causal en la ontológica es importante para la lógica, pues las proposiciones lógicas que participan en las premisas son verdaderas relaciones ontológicas. De este modo, si una de ellas es una relación causal con valor de ley natural, se puede obtener una conclusión con valor trascendental.

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NOTAS:
Continúa en http://relacioneslogicaymetafisica.blogspot.com/
Todas las referencias se encuentran en Wikipedia.
Este ensayo corresponde al Capítulo 3. "La relación ontológica", y el Capítulo 4. "La relación causal," del Libro V, El pensamiento humano (ref. http://www.penhum.blogspot.com/).
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